18.6.08

El fin de las máscaras

Natalia Paola Manzano
Maximiliano Basilio Cladakis

Están por cumplirse cien días desde el inicio de la llamada “crisis del campo”. Desde hace ya tiempo se habla de sus consecuencias, tanto presentes como futuras. Desabastecimiento, perjuicio de la economía nacional, desunión entre los argentinos, etc., son nombres que recorren los medios como imágenes de un próximo Apocalipsis. Sin embargo, a pesar de ellos (y a pesar de su realidad o irrealidad), dicha crisis nos trajo, al menos, una cosa positiva: claridad.

Según se dice, fue este último sábado cuando el conflicto llegó a su punto más álgido. La detención de De Angeli fue el puntapié que daría inicio a una jornada de “cacerolazos” y “anticacerolazos” en varias partes de Buenos Aires y en algunas provincias. El país se vio dividido, ya lo estaba desde hace mucho (¿hubo alguna vez que no lo haya estado?) pero ese día se hizo más que manifiesto. Las imágenes que nos ofrecían los medios eran tajantes: por un lado, personas golpeando sus cacerolas en apoyo al “campo” y a De Angeli, en abierta oposición al gobierno de Cristina Fernández; por otro, personas yendo a la Plaza de Mayo a apoyar las medidas presidenciales. Toda crisis obliga a una toma de posición y el sábado se demostró que la actual no es la excepción. Los distintos grupos políticos se han divido entre los que se suman a la protesta del “campo” y entre los que apoyan al Gobierno de de la Nación.

“Campo” y “Gobierno” son, por tanto, los dos bandos enfrentados. Marx decía que los problemas de la teoría se resuelven en la praxis, que la verdad misma “es” en la praxis. Si a veces en la Argentina resulta difícil dilucidar quienes son los progresistas, quienes son los conservadores, quienes los democráticos, quienes los autoritarios; el repudio o la aprobación a uno u otro sector nos brinda la ocasión de descubrir quién es cada uno, la identidad “real” de las distintas organizaciones y sectores.

La “causa del campo” como es bien sabido es la causa de los productores que no quieren perder ni siquiera un centavo de ganancia. La avidez de ganancia es tal que no sólo se encrespan ante la mención de palabras como “impuestos” o “retenciones”, sino que no tienen pudor alguno en usar del trabajo en negro e, incluso, utilizar mano de obra infantil (como lo demuestra el estatuto que tienen sobre la cuestión) para tener menores “pérdidas”. El modelo de país de esta “causa” es el de la explotación y el de que los propietarios posean el derecho de hacer absolutamente lo que sea si con ello tienen la posibilidad de acrecentar sus fortunas. Esto no indica ninguna novedad acerca de la “causa”, no es la primera vez que los sectores agroproductores operan de esta manera. La mayor parte (por no decir la totalidad) de los golpes de estado que se dieron en nuestra historia, tuvieron como principales apoyos los “reclamos” del “campo”. Hoy la historia se repite; no hay golpe militar por el simple hecho de que las fuerzas armadas están sumamente debilitadas; sin embargo, es indudable que se está intentando llevar a cabo un golpe de carácter económico y político. Alguno tal vez diga que este “campo” no es el mismo que el de otros golpes ya que en estas protestas la Sociedad Rural está también acompañada por agrupaciones de medianos y pequeños productores. Esto último es cierto, pero hay que tener en cuenta que cuando se habla de pequeños o medianos, se hace mención a propietarios de quinientas a más de mil hectáreas como mínimo. Tanto “pequeño” como “mediano”, son conceptos relativos; si el “gran productor” posee más de diez mil hectáreas, es lógico que se llame “pequeño” o “mediano” al que tiene mil; a su vez, estos “pequeños” y “medianos” no son sino siervos haciéndoles el juego a sus amos (es sabido que las retenciones no los afectan a ellos sino a los que compran su soja). Así y todo, hay que tener en cuenta que agrupaciones de campesinos pobres que cuentan con un número de hectáreas que no llegan a los tres dígitos, se hallan en contra de los cortes de ruta y a favor de las retenciones. El “campo” no es todo el campo.

Por su parte, la “causa del gobierno”, es el ejercicio de un derecho plenamente legítimo que posee todo estado. Esta medida, a su vez, forma parte de un conjunto de políticas que vienen consolidando un modelo distinto al que rige a nuestro país desde hace más de una década. Si tomamos al gobierno de Cristina Fernández como una continuación y profundización del proyecto iniciado en el 2003, podemos observar que nos hallamos inmersos en una serie de transformaciones a través de las cuales se comienza a entrever la posibilidad de un país diferente. El “no” al ALCA y el “sí” al MERCOSUR, las políticas de derechos humanos, la reapertura de las causas por genocidio, el fomentar la cultura y el resurgimiento de lemas y símbolos que por muchos años parecían yacer en el olvido, son ejemplos de lo dicho. Esta claro que hay muchas cosas criticables, como tal vez lo sean cierta lentitud en los cambios, una mayor agudeza en ellos, y, sobre todo, que en lo que hace a la economía el modelo no presenta suficientes diferencias con el pasado. Aunque, en este último punto, cabría aclarar que el mismo tema de las retenciones manifiestan una intención de cambio con relación a lo que fue el neoliberalismo de los noventa; como así también lo fue el control de precios en lo que hace a la carne hace unos dos años atrás y que también hizo que el “campo” se fastidiara.

Tenemos, pues, que el núcleo del enfrentamiento que se encuentra sacudiendo a nuestra patria tiene por actores a un sector históricamente conservador, a aquella “oligarquía” que solía denunciar Evita (por más que De Angeli y Buzzi, en algún momento quisieron aparentar ser “progresistas”), y a un gobierno que, aún con muchos defectos, avanza por el camino de transformaciones.
Apoyar al “campo” es apoyar las políticas neoliberales, apoyar a la Sociedad Rural, al “patoterismo” de los productores, a la creencia de que el rico tiene derecho a parar un país, a desabastecer una provincia, a amenazar con derrocar a un gobierno legítimo y elegido por medios democráticos, a revisar los contenidos de los camiones en su tránsito por una ruta nacional para luego decidir si dejarlos pasar o no. Apoyar al gobierno es apoyar la legitimidad política, a la posibilidad de una repartición más justa de la riqueza, a la idea de que el rico, por el sólo hecho de ser rico, no debe decidir los destinos de nuestra nación a su antojo.

Todo el arco de la “oposición” asume como propia la bandera del “campo”. Macri, Carrió, Blumberg, los Saa, a pesar de que difieran en sus argumentaciones, sus actos los definen como lo mismo en tanto en la praxis apoyan lo mismo. Lo más increíble (y también lo más doloroso) es que algunas agrupaciones autodenominadas “marxistas” se encuentren defendiendo a aquello que en su retórica dicen abominar. Ver al MST, a la CCC y al PCR acompañar las “protestas” en las que aparecen carteles con lemas como “Montoneros nunca más” puede llenarnos de asombro. Sus actos contradicen sus teorías, pero, como dijimos antes, es la praxis lo que vale, y, sobre todo cuando se trata de política.

La crisis del “campo” significó el final de muchas máscaras. Ahora sabemos bien quiénes son los medios de comunicación y los que defienden el llamado “periodismo independiente” (en varios artículos nos referimos a ellos), quiénes son “las caras de la nueva política”, quiénes son varios de los que se dicen “de izquierda”, sabemos bien quiénes son todos ellos, a pesar de sus discursos y argumentos. Al menos de este conflicto sacamos algunas cosas en claro, logramos reconocer el rostro verdadero de muchos periodistas, de muchos socialdemócratas y de muchos pseudo-marxistas. Así también, reconocimos quienes son los que en verdad apoyan a la democracia y piensan seriamente en la construcción de una patria más justa para todos. Los grupos piqueteros que no se aliaron a los “responsables intelectuales” de su miseria, las agrupaciones sociales que continúan en la lucha contra la pobreza, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que nunca callaron y que hoy tampoco lo hacen, también mostraron quiénes son y que no siempre las palabras contradicen los hechos.

Si una medida del gobierno, produjo tal desenmascaramiento, eso habla bien del gobierno. Pues, la verdad, como develamiento, es algo de lo que la Argentina estaba carente desde hace más de treinta años.

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