30.6.15

Dominación y libertad en las sociedad capitalistas modernas. Aportes desde El miedo a la libertad de Erich Fromm.




Maximiliano Basilio Cladakis


   


Palabras preliminares


        En El miedo a la libertad, Erich Fromm expone la manera en que, durante la modernidad capitalista, se constituyen  nuevas formas de represión que, a diferencia de las modalidades tradicionales (donde los mecanismos de represión eran esencialmente externos a los sujetos),  ejercen  su dominio por medio de la introyección de valores, creencias e ideologías desplegados por fuerzas que, en apariencia, sobrepasan a las de la subjetividad particular.


       En una dialéctica que articula lo subjetivo y lo objetivo, la conciencia se aliena en un yo inauténtico que da por sentadas las “verdades” impuestas por la necesidad de autoreproducción del capitalismo. En dicho proceso, la libertad queda reducida a un mero formalismo abstracto: se hace lo que se debe hacer, se piensa lo que se debe pensar, se dice lo que se debe decir. En esta nueva red represiva, el miedo juega un rol fundamental. Sin embargo, se trata de un miedo que no se agota en el miedo a la pena externa, no se trata de temer solamente el castigo físico, aquello que, en términos de Gramsci, llamaríamos “poder coercitivo del Estado”, sino que aparece un nuevo miedo que es el miedo a la libertad autentica, y al abandono y desamparo a la que ella puede arrojar al hombre moderno.


 


El capitalismo y la liberación de las cadenas externas


        Erich Fromm señala que la consolidación del capitalismo liberal como sistema hegemónico dentro del mundo occidental significó el punto culmine del proceso iniciado por la Reforma Protestante en el siglo XVI. La Reforma, tanto en su versión calvinista como luterana, representó, en el ámbito teológico, la liberación del individuo de las fuerzas externas a él mismo. Entre el individuo y Dios, pues, ya no había mediación, por lo que la figura de la autoridad mediadora quedaba deslegitimada.


        Con esto, la conciencia particular adquiría un nuevo nivel de autonomía, el cual, por medio de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa, se realizaría de manera totalizadora. En este sentido, la modernidad, iniciada por el protestantismo y llevada a su akmé por el capitalismo, podría ser leída como el proceso de liberación de la conciencia de toda fuerza exógena.


      Sin embargo, Erich Fromm advierte que esta lectura no sólo es superficial, sino que es un instrumento de ocultamiento de las nuevas formas de represión surgidas desde el seno mismo de la modernidad capitalista. Sin negar la importancia del rol llevado a cabo por el capitalismo en la liberación del hombre, Fromm señala que, en su despliegue, el capitalismo generó formas de sometimiento más sutiles y complejas que las de épocas pasadas. Fromm advierte que, paradójicamente, al mismo tiempo que el hombre se liberaba de los principios de autoridad externos, es decir, a medida que se hacía más libre, quedaba, igualmente, más aislado, en mayor soledad: “(…) si bien todo esto fue uno de los efectos que el capitalismo ejerció sobre la libertad en desarrollo, también se produjo una consecuencia inversa al hacer al individuo más sólo y aislado, y al inspirarle un sentimiento de insignificancia e impotencia”[1].


        Si el protestantismo implicó la liberación del individuo del yugo de las autoridades eclesiásticas, lo dejó solo, indefenso, frente a Dios. De la misma manera, al liberarse de las instituciones medievales, el individuo quedó solo frente a una fuerza sobrehumana similar a la de Dios: el mercado. Precisamente, sobre ese estado de aislamiento, de soledad, de impotencia, el capitalismo generaría sus propias formas de represión.


 


Dominación y falsa libertad


        La liberación con respecto a las fuerzas externas  al individuo tuvo como contrapartida un creciente sentimiento de abandono y desamparo. Erich Fromm indica que las obras de Kafka, Kierkeergard y Heidegger son manifestaciones de ese estado propio del hombre moderno. Justamente, sobre ese estado, sobre ese temple anímico, el capitalismo consolidará su compleja trama de dominación a partir de un proceso de interiorización de valores esenciales para su pervivencia y reproducción. Frente al abandono, frente al desamparo, fruto de la liberación de los antiguos yugos, el hombre surgido en los últimos siglos, introyectará las cadenas para su sumisión, eligiéndose a sí mismo como no libre. La astucia de la estrategia del capitalismo industrial moderno consiste en el hecho de que el hombre se hará siervo creyendo que se hace libre. La libertad es, pues, uno de los estandartes fundamentales del capitalismo liberal.


        Sin embargo, se trata, según Erich Fromm, de una libertad abstracta, de una falsa libertad. La sociedad industrial moderna articula una serie de mecanismos ideológicos que el individuo hace suyos, anulando así su propia voz. Se impone un discurso único, que parte de la comprensión de la sociedad como un conjunto inorgánico de compradores y vendedores, donde el término “libertad” es el eje de toda acción. Sin embrago, dicha “libertad” atenta contra la “libertad” del hombre, ya que se trata de una libertad limitada al ámbito del mercado, cuya finalidad es satisfacer las necesidades de la producción y no las verdaderas necesidades de los consumidores.


 


       En el capitalismo, la actividad económica, el éxito, las ganancias materiales, se vuelven fines en sí mismos. El destino del hombre se transforma en el de contribuir al crecimiento económico, a la acumulación de capital, no ya para lograr la propia felicidad o salvación, sino como un fin último. El hombre se convierte en un engranaje de la vasta máquina  económica – un engranaje importante si posee mucho capital, insignificante si carece de él-  pero en todos los casos continúa siendo un engranaje destinado a servir a propósitos exteriores[2]


 


        Como señala Marcuse en El hombre unidimensional, las sociedades industriales avanzadas anulan toda oposición y llevan al sujeto a un estado de alienación superior al padecido en los siglos pasados. Si en el periodo de Marx, el sujeto alienado padecía el desagarro al que era sometida su humanidad, debido al predominio de la forma-mercancía como forma hegemónica que atravesaba todas dimensiones de la existencia humana, en el periodo actual el sujeto considera que realiza su humanidad en dicho dominio. Felicidad ilusoria, apariencia de libertad, falsa conciencia, son fenómenos propios de las sociedades de la modernidad avanzada.


        En este punto, cabe destacar que Erich Fromm y Marcuse comparten la comprensión clásica de la libertad como autonomía. Dicha autonomía es, precisamente, lo que resulta anulado por el capitalismo. Eric Fromm señala, a modo de ejemplo, que las libertades civiles, grandes conquistas de las revoluciones burguesas, son vaciadas de contenido y pierden su valor originario ya que este radica en el hecho de que cada conciencia sea portadora de criterios propios, auténticos, originales. Por ello, el derecho de decir lo que se piensa, por ejemplo, pierde valor si lo que se piensa es tan sólo la reproducción de lo dicho por el establishment. En términos de Heidegger, se trata del imperio del “uno”, del “se”, es decir, de la existencia inauténtica.


 


El desamparo como condena


        Las nuevas formas de dominación implican nuevas formas de represión, las cuales tienen como correlato nuevas formas de penalización para quienes trasgredan las normas. Por un lado, aunque con mayor sutileza, la penalización coercitiva, como señalan autores tan disímiles como Nietzsche, Gramsci y Foucault, continúan vigentes, por medio del poder jurídico-penal. Por otro lado, otra forma de penalización, es la de la exclusión económica: quien no se subordine a las exigencias del mercado será excluido de este y, por lo tanto, se derrumbará en el abismo de la indigencia. La tercera forma de penalización, que es en la que centra Erich Fromm, se establece a partir de la segregación con respecto al sentido común: es decir, asumir la propia identidad y reconocerse como libre, en una forma de libertad auténtica y no en la que impone el mercado, implica el riesgo de la soledad y del desamparo. “Halla (el hombre moderno) una nueva y frágil seguridad  a expensas del sacrificio de de la integridad de su yo individual. Prefiere perder  el yo porque no puede soportar su soledad. Así, su libertad –como libertad de – conduce a nuevas cadenas”[3].


        El capitalismo moderno hace que el hombre deponga su libertad en pos de la seguridad que ofrece el hecho de compartir las nuevas cadenas sociales. Se trata de una forma de dominación que se da en el ámbito de la subjetividad. En la enajenación de la propia libertad, la conciencia se siente segura y protegida, ya no relegada a su propia responsabilidad, al factum de hacerse a sí misma. En términos de Sartre, la conciencia se elige en el modo de la “mala fe” para no padecer la angustia de la libertad absoluta y de su correlato: la responsabilidad absoluta.


    Esta última es, sin lugar a dudas, la más sutil de las penas, ya que se instala en lo más profundo de la subjetividad.  La alienación otorga seguridad, un sentido al mundo y a la existencia que se corresponde con las exigencias de reproducción del capital. Intentar salir de este molde oficial significa afrontar el mayor de los terrores: ser libre de manera auténtica.


 


Palabras finales


       La sociedad capitalista moderna impone nuevas formas de dominación en donde se articula la dimensión objetiva y la dimensión subjetiva. La liberación de las fuerzas exógenas tradicionales dio paso a nuevas formas de dominación que, no dejando de lado el ámbito coercitivo, subyugaron al individuo en su propia subjetividad. A partir de lo pensado por Erich Fromm,  cabe destacar que la posibilidad de una libertad auténtica consiste en una transformación subjetiva-objetiva de la realidad. Si la dominación moderna se extiende al ámbito de la subjetividad y a una forma de alienación en donde la conciencia depone su autonomía en pos de las exigencias del capital, la libertad auténtica es una tarea que incluye, no sólo la transformación de las condiciones materiales de existencia, sino de la propia subjetividad. Hay una relación dialéctica entre subjetividad y objetividad, una dimensión es el correlato de la otra. Por lo tanto, la transformación de la realidad, proyectada hacia una libertad autentica, implica, necesariamente, una reconfiguración tanto de nosotros mismos como de lo externo a nosotros. Lo interior y lo exterior, pues, se articulan dialécticamente. Y toda transformación, y toda reforma, como sostiene Gramsci, es, no sólo económica, sino también política, intelectual y moral.




[1] Fromm, Erich, El miedo a la libertad, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 171.
[2] Ibíd., 174.
[3] Fromm, Erich, El miedo a la libertad, pp. 363-364.

11.6.15

El desorden y el conflicto como germen de la vida política.

N. Macchiavello y algunas reflexiones filosóficas y políticas en torno a los debates y conflictos del gobierno Argentino durante 2003-2015
 
 
 
Leandro Pena


En este breve artículo nos proponemos exponer algunas ideas sobre la temática del conflicto en Los discursos a la primera Década de Tito Livio de Macchiavello y reflexionar de qué modo y en qué medida existen ciertas correspondencias tanto en el origen como en el fundamento del conflicto con el modo  de gobierno argentino entre 2003-2015


 


1.      El conflicto como fortalecimiento


 


Sin duda, el pensamiento de Macchiavello, a través de sus obras y de su vida pública, ha sido uno de los principales acontecimientos acaecidos en el Renacimiento y su repercusión a largo de la historia ha alcanzado innumerables referencias y estudios en lo que a la filosofía política se refiere. Sin embargo, sus ideas filosóficas suelen ser tomadas en su contexto o muchas veces su lectura se acota al Príncipe (1513) mostrando así una idea sesgada del autor. Acotaremos una breve reseña de los apartados 4, 5  de Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1517) sin desdeñar la obra anterior dado que ambas se complementan.


En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1517) el pensador florentino desarrolla sus reflexiones filosóficas de manera anacrónica, retornando al origen de la vida política romana antigua para poder iluminar y proponer, en base aquellas ideas, una posibilidad de unión de los reinos de Italiadel SXVI en una sola república. Es interesante observar que el filósofo considera que él origen de la virtú, el de las leyes y el fortalecimiento de vida pública es el conflicto. Lo vemos cuando dice:


 


“Creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de Roma, se fijan más en los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que produjeron, y consideraran que en toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos.” (N. Macchiavello 1987:39)


 


Como vemos aquí, en esta relectura reflexiva-filosófica el pensador florentino destaca la importancia que ha tenido el conflicto para la conformación de una república. El mismo resulta ser el origen y la esencia de la república, en este sentido, el filósofo no apuesta a un estado de naturaleza humana pre-existente sino a la fuerza política emanada de las voces de los propios ciudadanos que fueron las que hicieron posible cualquier orden político efectivo. Se trata de un orden que no excluye las voces ni de unos ni de otros porque el conflicto nace efectivamente -como lo señalamos en la referencia- de los intereses contrapuestos de los nobles y la plebe. En este sentido el tumulto y fuente de discordia son también el encuentro de realidades y posibilidades económicas, sociales y culturales distintas, lo que hace suponer necesidades diferentes. Por otra parte, vemos también que el florentino señala que hay en la vida política dos grupos bien diferenciados, que poseen, necesidades y espíritus distintos y que, en definitiva, las leyes de bien público nace de los alaridos, gritos y tumultos que se producen de estos grupos diversos y claramente diferenciados. Nótese que el calificativo para unos es el de los grandes y para otros el del pueblo, categorías no menores, los grandes son los nobles, el pueblo lo que conocemos como plebe.


De esta manera, cuando el tumulto surge en la vida política, emergen los desencuentros y convergen las necesidades propias de cada sector; sin embargo, la esencia de la vida pública es el conflicto porque  es el mismo -según Macchiavello- el que fomenta el orden y mantiene viva la republica a través de este movimiento político que genera el tumulto. En efecto,


 


“No se puede llamar, en modo alguno, desordenada una república donde existieron tantos ejemplos de virtud, porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación de las buenas leyes, las buenas leyes de esas diferencias internas que muchos, desconsideradamente, condenan, pues quien estudie el buen fin que tuvieron encontrará que no engendraron exilios ni violencias en perjuicio del bien común, sino leyes y órdenes en beneficio de la libertad pública” (N. Macchiavello 1987:39)


 


2- Conflicto y libertad


 


En todo conflicto de intereses existen tensiones y diferencias, estas mismas son las que producen leyes y, por lo tanto, leyes que fomentan el orden de la vida pública; de este modo, lo que la diferencia, sostiene, no es tanto el anquilosamiento de posturas contrapuestas sino el restablecimiento de la libertad pública en beneficio de cada ciudadano mediante la ley. Sería, por tanto, llamativo, un gobierno o un ejercicio de la política donde prime el consenso, las igualdades sean supuestas y se garantice un  orden en la republica  bajo la idea del bienestar armónico como constituyente de todo orden civil.


Ahora bien, el pensador florentino piensa que el tumulto que generan los pueblos no está revestido de  un carácter negativo ya que “los deseos de los pueblos libres raras veces son dañosos a la libertad, porque nacen , o de sentirse oprimidos, o de sospechar que pueden llegar a estarlo”(N. Macchiavello 1987:39) Vemos entonces que la propuesta consiste en una óptica que revaloriza la naturaleza humana fundamentando el carácter positivo de los deseos  y también de la racionalidad, en el sentido que el pueblo tiene conciencia de sentirse oprimido o puede sospechar que ello pueda pasarle. En este sentido, Macchiavello hace hincapié no tanto en la fuerza de la nobleza para la emergencia del conflicto sino en la capacidad desiderativa y de discernimiento que los pueblos tienen sobre su presente y sus posibilidades futuras. En este sentido, el pueblo es el que, en definitiva, plantea el conflicto y busca una libertad en la  vida pública mediante la ley; y que los deseos que busca son tan valiosos en su propia naturaleza como en la vida pública.


Algunas cuestiones relevantes para concluir de estas ideas de Macchiavello. En primer lugar, el carácter relevante del conflicto y la participación social para el mismo. En segundo lugar, la necesidad de la ley para poder otorgar la libertad pública. En tercer lugar, y como consecuencia de esto último, resulta sumamente importante cómo la formulación de las leyes otorga el bienestar público y  fomenta la educación y la constitución de ciudadanos formados en la virtú. Finalmente, el carácter positivo del pueblo ya que éste encuentra su libertad a través del conflicto, en este sentido, hay una revalorización de la esencia del pueblo y de su racionalidad en la búsqueda de sus condiciones y posibilidades de legitimación.


 


3- El conflicto, fuente revitalizadora del estado.


 


Sería pretensioso y osado de nuestra parte sostener que las etapas del gobierno de Néstor Kirchner como de Cristina Kirchner ocurrieron en un momento histórico con características similares a las del renacimiento, esto sería imposible no solo por los actores sin por la historia misma de nuestro país, sin embargo, la formulación del conflicto del florentino permite reinterpretar y hacer una lectura política del gobierno de estos últimos años; quizás aquí a modo de apéndice por la brevedad del escrito.


Sin embargo, si podemos destacar que los innumerables conflictos desatados durante estas etapas presidenciales que datan desde el año 2003 hasta la fecha  y que se caracterizaron por el debate de: ideas políticas, como consecuencia de una revalorización de la vida pública-ciudadana, ideas económicas que atendieron las necesidades colectivas por encima de intereses individuales, e ideas sobre derechos humanos  relegadas en el tiempo y que han saldado en mayor medida una deuda social: Condenar a los responsables de quienes han puesto en jaque la valoración de la identidad personal e individual apropiándose libremente y sin reparos en la vida de otros. Durante estos años de conflictos y de debates permanentes se pudieron ver dos ejes que, bajo diferentes maneras, permanecieron en constante diputa y que atravesaron las ideas políticas antes mencionadas, el eje liberal/neoliberal y de justicia social/dignificación  individual. Teniendo el primero como respaldo:  fundamento y hasta a veces con argumento los medios masivos de comunicación, algunos intelectuales nacionales y extranjeros, grandes grupos económicos también nacionales y extranjeros, gobiernos (EEUU y España por momentos como por ejemplo), gobernadores de diferentes provincias y algunos representantes propios del gobierno que, con el tiempo y por los vaivenes de la política, trastocaron los valores personales con que habían sido elegidos y se pusieron en la vereda del frente. El segundo eje fue configurado a partir del segundo puesto en una elección en el año 2003 y cuyo argumento fundamental fue fortalecer las instituciones civiles y poner en debate el paradigma político preestablecido. Durante estos años el conflicto ente los ejes opuestos fue permanente  y los resultados fueron contundentes: Las ideas políticas se vieron propuestas y reflejadas, obviamente mediante conflictos, en la reforma política, la reforma de los diferentes códigos y fundamentalmente en la participación activa de los ciudadanos en la vida pública. Las ideas económicas, lucha de intereses mediante, logró bajar la desocupación, proponer nuevos modelos de producción, valorizar la economía interna y restituir empresas argentinas que ya no portaban la bandera nacional como estandarte de producción y fomento del trabajo. Las ideas sobre derechos humanos con mayor sesgo unas veces y otras a la par de las anteriores, se hicieron efectivas sin dejar de lado el debate y el concepto de lo que significa ser sujeto, no tanto en términos cuantitativos sino cualitativos, viéndose esto con nitidez en : el juzgamiento y condena  a la junta militar y a todos aquellos que hubieran participado en actos reprobables, convertir los lugares de oprobio en lugares de reflexión sobre la construcción subjetiva-colectiva y problematizando la identidad y la constitución de la propia identidad ciudadana a partir de las consecuencias de hechos aberrantes acaecidos durante la última dictadura militar.


Una lectura sesgada podría aseverar que el país ha sido dividido en dos y un sentido romántico propondría que es necesario reunirnos y unificarnos para lograr estar todos juntos. Algo así como una cosmética política de la unidad. La pregunta que gira en torno a esta disparidad de  criterios, ideas y formulaciones es si: ¿Alguna vez no hubo conflicto en la historia de la política? ¿Alguna vez no existieron aquellos que deseaban ser respetados y reconocidos en su identidad ciudadana? ¿No se ha maquillado el conflicto muchas veces con promesas multicolores? ¿ No será el conflicto el fundamento de la libertad individual?


Sin duda, la idea del tumulto del pensador florentino puede teñir de luz los claroscuros y los avatares de un presente mediático y despilfarrador de términos sin una significación clara más allá de los intereses ajenos al Estado argentino. En este sentido, vemos que el conflicto en estos últimos años fue la respuesta a la necesidad misma de configurar: el rol de estado mediante ideas políticas económicas y sociales oponiendo la idea de repartir  a la de conformar  y dando espacio a diferentes sectores de la sociedad que no tenían participación plena en la vida política: las mujeres, los jóvenes, los artistas y los intelectuales, sin que estos conformaran una elite sino, por el contrario, en algunas oportunidades han generados críticas a las resoluciones de conflictos. Tal vez sería interesante repensar algunas ideas del florentino con la forma del ejercicio del poder de este gobierno, teniendo en cuenta las problemáticas detalladas anteriormente y las ideas propuestas como alternativas o como respuestas al conflicto. Teniendo en cuenta que el conflicto ha formado  parte de la praxis constitutiva del gobierno de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner ya que nada quedo librado a la fortuna sino que, conjuntamente con las dificultades propias de todo vida política: hubo diseño, estructura y formulaciones racionales y argumentadas a la hora de implementaciones políticas, debates sociales y políticos y fundamentos de razón donde prevaleció el interés colectivo por el individual restringido.


 


 

2.6.15

Conceptos sobre Maquiavelo

                                                  

Edgardo bergna

                                                     l


El modelo republicano de los "discursos"


   la obra más divulgada de Nicolás Maquiavelo es, sin duda, El príncipe (1513-1515). Escrita como
una prescripción, el florentino ofrece su "receta" al príncipe, con la clave para acceder y mantener el poder: estrategia que un "príncipe nuevo" debe poner en práctica para lograr la regeneración de Italia.

  El objetivo del Príncipe, según se lee en la obra citada, es la unificación de Italia, tras liberarla de los enemigos externos y de la corrupción interna; para esto el gobernante necesita el máximo poder y la mayor distancia de todo lo que lo aleje del fin previsto.

  En el capítulo II, De los principados hereditarios, se lee: «Dejaré de lado tratar sobre las repúblicas, porque en otro lugar lo hice extensamente.»[1]. Dicho esto al comenzar el capítulo II,  no se vuelve a hacer referencia al régimen republicano. La imagen que nos deja el texto, es más la de un modelo monárquico, que la de un modelo republicano.

   Como se dijo arriba, El Príncipe es la obra más divulgada de Maquiavelo, pero también  una de las obras peor difundidas y menos conocidas. su popularidad podría deberse a la brevedad, y al tratamiento de la monarquía ―propia de su tiempo― donde «se forjan y desarrollan las monarquías absolutas.»[2]. De ésta manera, Nicolás Maquiavelo aparece como un favorecedor de los regímenes monárquicos, producto, a nuestro entender, de la lectura de El Príncipe recortado del contexto de su obra.

   Con todo, no se puede despojar a la obra más popular del florentino lo que de hecho produjo en la cultura e, indudablemente, produce en la ciencia política moderna. como buen "clásico”, de esa productividad surgen múltiples y variadas lecturas y desacuerdos; tanto en la coherencia de su obra cuanto en su pensamiento. Nicolás Maquiavelo y su obra son considerados como:

                   «...un patriota a quien le importaba más que todo la independencia
de florencia (...) una "obra maestra" (...) un adulador verbal y
 traicionero, ansioso de servir a cualquier amo,(...) un innovador
 revolucionario que dirige sus rayos contra la envejecida aristocracia feudal y el papado y sus mercenarios (...) un hombre inspirado por el Diablo para conducir a hombres justos a la perdición, el gran corruptor, el maestro del mal, (...) "el socio del diablo en el delito"(...) "un manual para pandilleros"[3]




   Así discurren las diferentes lecturas sobre el florentino. Entre el bien y el mal más absoluto: maniqueísmo que ―como si faltaran opiniones― se disipa, substrayendo su discurso de todo juicio de valor y libre de interpretaciones éticas: leemos, entonces, a un Maquiavelo que es capaz de hacer que la política abandone el suelo de la ética y transite el de la estética aprovechando su: «...desarrollada concepción del estado como obra de arte »[4] o «Singleton transfiere la concepción de Maquiavelo sobre la política a la región del arte, que se concibe como amoral.»[5]

   Así pues, nuestro autor parece favorecer  los regímenes monárquicos en tanto se tome El Príncipe como una obra acabada en si misma; ahora bien, si se la ubica dentro del corpus literario, si se la toma dentro «...de su obra principal, los Discursos sobre la primera década de tito livio, (...) El Príncipe, puede ser considerada como sección independiente de su obra principal,»[6].

    en nuestra opinión, es necesario leer El Príncipe en el marco de los Discursos sobre la primera década de tito livio (1513-1519): o mejor «... El príncipe se integra en la estructura general de los Discursos[7], como manifiesta Ana Martínez Arancón.

   Siguiendo esta interpretación  podríamos, entonces, plantear que en El príncipe se desarrollan las características de "un príncipe nuevo" al momento de acceder al poder y que éste sea "uno" es condición necesaria para el "modelo de República" planteada por el florentino en los Discursos cap. 9 libro 1


«Debe tomarse como regla general que pocas veces o nunca, sucede que una república o reino esté bien ordenada desde el principio o reordenada de nuevo fuera de los usos antiguos, si no ha sido ordenada por una sola persona. De modo que es necesario que sea uno solo aquel de cuyos métodos e inteligencia dependa la organización de la ciudad.»[8]



   Como se ve en este fragmento de los discursos la idea monárquica tiene vigencia en la "organización" de la ciudad en tanto ésta  "como regla general" nunca está ordenada; por otra parte el "príncipe nuevo" no debe dejar en herencia su autoridad, con esto se marca el tipo de monarquía a que se hace referencia: no es hereditaria, ni eclesiástica ―principio teocrático que pasa por alto― pero sobre todo la idea de no ser hereditaria es constitutiva de lo que se quiere decir por "príncipe nuevo" «Si es prudente y virtuoso también evitará dejar en herencia a otro la autoridad que ha conseguido, pues como los hombres son mas inclinados al mal que al bien, podría su sucesor usar ambiciosamente aquello que él ha empleado virtuosamente.»[9] . en este fragmento, del mismo capítulo que el citado arriba, se transluce la idea de que el que gobierne una ciudad debe acceder al poder por sus propios medios  ―armas propias y virtú―, conceptos recurrentes en toda la obra maquiaveliana.
Queda todavía explicar cómo se expone en los Discursos "El modelo republicano", pues, el florentino asegura que una vez logrado el objetivo de alcanzar el poder y formar una ciudad no debe caer toda la responsabilidad en un hombre solo, éste debe ocuparse de las cuestiones que tienen que ver con la guerra y dejar para otros la responsabilidad que atañen a mantener la ciudad organizada, en este sentido Maquiavelo dice:

 «Además si uno es apto para organizar, no durará mucho la cosa organizada si se la coloca sobre las espaldas de uno solo, y sí lo hará si reposa sobre los hombros de muchos y son muchos los que se preocupan de mantenerla. Porque del mismo modo que no conviene que sean muchos los encargados de organizar una cosa, porque las diversas opiniones impedirían esclarecer lo que sería bueno para ella, una vez que esto se ha establecido no será fácil que se aparten de ahí.»[10]


Aquí se comienza a vislumbrar la idea de república que toma de la historia de roma; los Discursos sobre la primera década de Tito Livio  son un comentario sobre la obra Ab urbe condita libri conocida como Décadas del historiador romano Tito Livio, escrita a partir del 29 a.C. y publicada entre el 26 y el 14 d.C. Maquiavelo comenta en los Discursos la necesidad de Rómulo de matar a su hermano; poniendo énfasis en el bien común y no en su propia ambición, esto queda demostrado ―dice Maquiavelo― ya « que enseguida estableció un senado que le aconsejase y de acuerdo con el cual tomaría las decisiones»[11].

   Queda formulada así una república mixta constituida por una monarquía, representada por el príncipe, una aristocracia, por el senado y una democracia que se reunía en asambleas.
   La autoridad del monarca ya estaba limitada, «Examinemos con cuidado la autoridad que Rómulo reservó para sí, vemos que se limitaba exclusivamente a mandar el ejército en caso de guerra y a convocar al senado...»[12].

   Nicolás Maquiavelo tenía la mirada puesta en el modelo clásico de República ―especialmente el romano―. Para ilustrar cual era la actitud de este modelo, encarnada en hombres que seguramente admiraba a través de sus lecturas, bastaría recordar que, cuando Pirro desembarcó en Tarento, Italia, en la primavera del año 280 a.C., con su enorme  fuerza militar fueron inútiles los esfuerzos de los Romanos para no ser derrotados en Heráclea; con todo, la reacción romana fue rápida y eficaz y el rey de Epiro se vio obligado a negociar su victoria para constituir en Europa meridional un verdadero reino «El rey invitaba a los romanos a un reparto de la península. Pirro pensaba como conquistador helenístico. Olvidaba que sus enemigos no formaban un reino, sino una república, y que no defendían la ambición de un hombre sino la tradición de una patria.»[13].
   Este "espíritu romano" es el que un gran lector de los clásicos, como lo fue nuestro autor, quiso recuperar en su obra, que, por otra parte, y a pesar de la divergencia de opiniones sobre su obra y su personalidad «Todos los observadores ponen de manifiesto que Maquiavelo es "hijo de su tiempo", un testimonio típico del Renacimiento.»[14] .

   Entonces, ¿era maquiavelo un defensor de las monarquías absolutas, el despotismo y la tiranía de dirigentes como César Orgía?

   Creemos que el florentino propone en su obra ―seguro en los Discursos― un modelo republicano clásico, mixto y aspiraba como se dijo a la unificación de Italia, tras liberarla de enemigos externos y corrupción interna. Con todo si es defensor de tiranías, la respuesta está en los textos: 


«...y pudiendo fundar, con perpetuo honor para ellos, una república o un reino, se convierten en tiranos, no percatándose al tomar este partido, de cuanta gloria, honor, seguridad, quietud y satisfacción del alma dejan de lado, y cuánta infamia, vituperio, reproches, peligros e inquietud echan sobre sí.»[15]


                                                     ll



Contexto histórico de «El príncipe»



   Como se dijo arriba, El príncipe, es la obra mas popular de nuestro autor y quizá una de las más leídas. También sabemos de la importancia que representa el contexto histórico en toda obra y como se ve influida por los avatares de su época; en general, es siempre más fácil abundar en dicho contexto; en cambio, cuáles fueron los motivos personales que llevan a un autor a su obra es más difuso y lo que nos llega es casi siempre a través de interpretaciones mas o menos aceptadas por la comunidad académica.

   Maquiavelo nos allana en mucho el trabajo de buscar razones que motivaron la redacción de El Príncipe; sus motivos personales, los explica en la conocida carta a Francesco Vettori, fechada el 10 de diciembre de 1513.

   El Príncipe, se inscribe en el Renacimiento y es dentro de ese período donde se gesta y crece. El florentino es "hijo de su tiempo", filiación  que deja su huella tanto en su producción histórico-política como también en su obra poético-literaria. Nicolás Maquiavelo nació en 1469; su infancia y juventud transcurrió en el período de mayor esplendor del Renacimiento italiano, la Florencia de los Medici, de Lorenzo el magnífico poeta talentoso, que reunió en su corte a los creadores e intelectuales más importantes de su época; mecenas de artistas como Botticelli y Miguel Ángel, de filósofos como Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola, de poetas como Angelo Poliziano, humanista y tarductor al latín del Cármides de Platón.

   pero también, de la Florencia del milenarista Jerónimo Savonarola, operador "espiritual" y político, cuyos sermones apuntaron sobre el "pecado de la sociedad"  y ―a los Medici― dando su apoyo a la invasión de las fuerzas francesas en 1494,  que terminó con la caída de los Medici y fundó la esperanza en la República de Florencia, modelo de un estado cristiano, armada contra el "vicio".

   entre 1498 y 1511, Maquiavelo formó parte de la administración de la República de Florencia , Fue secretario de la Segunda cancillería y del consejo de los Diez entre otros cargos. Una vez repuesto el poder de los Medici, fue expulsado y tomado prisionero sospechoso de conjura contra el reinstalado poder.

    A partir de 1513 se retiró a su pequeña propiedad campesina en Sant´Andrea in Percussina y «...en el ocio (...) comenzó a capitalizar (...) su experiencia en asuntos de Estado y sus lecturas de los antiguos en la composición de sus libros.»[16]

   De esta manera queda delineado el entorno, desde una perspectiva histórico-política, donde se genera El Príncipe. Con todo, creemos que es de suma importancia la influencia que tuvo, en las obras políticas de Maquiavelo, lo que significó en la historia del pensamiento y las ciencias el complejo fenómeno del Renacimiento.

    El Renacimiento, para decirlo brevemente, en un sentido puramente cronológico no puede separarse de la Edad Media; esto no obsta para que se busque una línea de demarcación intelectual, en tanto sea posible y asumiendo los riesgos de ser muy genéricos, se trata de contraponer una "cosmovisión medieval" a una "cosmovisión Renacentista".

la Edad Media se nos presenta múltiple, plagada de discusiones en las diferentes escuelas;  realistas, nominalistas, místicos, dialécticos; discutieron con fervor sus diferencias pero «...había un centro común de pensamiento, el cual permaneció firme e inalterable durante muchos siglos.»[17] "ese centro común de pensamiento" según Cassirer esta definido por una forma de pregunta, para comprender algo, es necesario preguntarse por la causa, así pues remontándose al primer principio mostrar de que modo ha derivado de él. Del primer principio, del uno absoluto, se desenvolverá la multiplicidad; siempre inferior al primer principio ―hombre-naturaleza-materia― no en el sentido moderno de evolución sino como de-gradación siguiendo la teoría de Plotino de Emanación  donde lo causado procede necesariamente de la causa, con la que se establece una continuidad o gradación inferior a la causa, esta continuidad es el uno absoluto, esa aurea catena que Homero presenta en la Ilíada; Dios.
   
    Por otra parte en la cosmología aristotélica el motor inmóvil [Dios], que mueve sin ser movido, transmite su movimiento primero a las cosas más próximas a él y de ahí a todo el sistema sublunar, que desciende en diferentes grados. El mundo superior esta hecho de una sustancia imperecedera e incorruptible, eterna; el nuestro, el mundo inferior es corruptible, y todo decae.
    Esta, sucintamente, es la visión del mundo que predominó en toda la Edad Media; una clara diferencia, dos substancias que se manifestaron en jerarquías; en lo político, social y religioso encarnado en Papas y emperadores «...es una imagen exacta y una contrapartida del sistema jerárquico general; es una expresión y un símbolo de ese orden cósmico universal que ha sido establecido por Dios y que, por ello mismo, es eterno e inmutable.»[18]
   Esta visión del mundo, es lo que lentamente vino a romper el Renacimiento, operando cambios, donde iba perdiendo cada vez más fuerza el inapelable sistema jerárquico.
  
El sistema no quedó completamente destruido, pero la cosmología aristotélica fue substituida lentamente por la astronomía copernicana, firmando la partida de nacimiento de la ciencia moderna.

   Ya no se trata de acomodar los hechos a la explicación de la Escritura sino de comprenderlos en si mismos, entre Dios como principio y Dios como fin y consumación viene a insertarse el orden de la naturaleza y el de la conducta humana; con estos presupuestos de su tiempo, se inscribe la obra, pero sobre todo El Príncipe de Nicolás Maquiavelo.


                                                  III


Realismo en Maquiavelo


   es considerado el iniciador de la teoría política moderna, porque identifica su objeto, propio e independiente, de los principios de la metafísica y la ética. Maquiavelo como haría mas tarde Hobbes, quiebra el paradigma antiguo de la teoría política aristotélica, entendida como praxis, y, la asume, como una techné. Su naturalismo humanista se manifiesta en el Príncipe como "realismo político": la política trata del hombre tal como es y no del hombre tal como debe ser.

   En tal sentido en el cap. XV de El Príncipe se hace referencia a como debe proceder el príncipe con los súbditos y amigos, reconoce que muchos lo han hecho antes, y aclara que teme al hacerlo, "ser tenido por presuntuoso" por referirse de un modo tan diferente a los demás, comentando que en otros escritos se hace alusión a la "representación imaginaria" de la verdad, asumiendo el compromiso de presentar a "quien lo entienda" la verdad porque:

«... muchos se han imaginado repúblicas y principados que jamás se han visto ni conocido que hayan existido en verdad; porque es tanta la distancia de cómo se vive a como se debería vivir, que aquel que deja lo que hace por aquello que se debería hacer aprende mas bien su ruina que su salvación;...»[19]


Como se ve estamos ante un hombre que trata de describir el comportamiento de los hombres con el Estado y de los Estados como organizaciones, tal realismo lleva a pensar en Maquiavelo como quien delineó la noción de "Razón de Estado"

                                                                           IV

Razón de estado


   El tema de la razón de estado ha sido visto como uno de los temas que aparecen en El Príncipe sin ser jamás mencionado de esa forma por el florentino, uno de los capítulos de donde puede desprenderse dicho concepto es el XVlll; aquí se expresa de muchas maneras ―todas muy crudas por cierto― como un príncipe debe actuar y "como deben ser guardadas las promesas por los príncipes". Hay que considerar aquí que lo que se propone es "vencer y mantener el Estado" y no hay reparo en cuanto deba hacerse para obtener dicho fin.

«Trate, pues, un príncipe de vencer y mantener el estado y los medios serán por todos alabados, porque el vulgo se deja llevar por aquello que parece y por el resultado de la cosa; y en el mundo no hay sino vulgo, y los pocos no tienen lugar cuando los mas tienen donde apoyarse.» [20]

   En este pasaje se puede apreciar como se reúnen dos conceptos importantes en nuestro autor, si se vence y mantiene el Estado, objetivo principal de un príncipe, serán admitidos los abusos, de este pasaje se desprende la famosa frase "el fin justifica los medios" ― nunca dicha así por Maquiavelo― y por otro lado el concepto de Razón de Estado en tanto ciertos medios serían justificables solo en el momento en que un príncipe nuevo accede al poder de un estado y debe mantenerlo ―esto si se piensa en El Principe como una sección independiente de discursos―.

VIRTÜ


   Para terminar, hay otra noción que atraviesa toda la obra de Maquiavelo, ésta es la noción de virtú se debe aclarar que hay una clara diferencia entre virtú y el concepto ―transmitido por la moral cristiana― de virtud.

   El sentido que se da al término virtú es un saber hacer, son las condiciones del "príncipe virtuoso", las de un estratega capaz de fundar y gobernar estados, en este sentido virtú tiene un sentido extramoral.


«Y fue de tanta virtud, incluso en sus asuntos particulares que quien de él escribe dice "que nada le faltaba para reinar, excepto un reino". Eliminó la vieja milicia, ordenó la nueva; dejó las amistades antiguas, tomó nuevas: y como tenía amistades y soldados que eran suyos, pudo sobre tal fundamento edificar todo un edificio, de modo que lo que le costó tanta fatiga en conquistar, con poca lo mantuvo.»[21]


   como se ve en el texto citado aquí, se refiere por virtud lo que se dice arriba de virtú; en clara referencia a cuestiones que tienen que ver con el acceso al poder de un príncipe nuevo ―nada le faltaba excepto un reino― y lo que se refiere a mantenerlo ―lo que le costó tanta fatiga en conquistar con poco lo mantuvo― .

                                               


 




[1] Nicolás Maquiavelo, El Príncipe cap. Ll p.24 Introducción, traducción y notas Tursi, Antonio, D. Ed. Biblos Bs.As. 2003
[2] Discursos
[3] Berlín pp 93-95
[4] op.cit pp 94-95
[5] op.cit pp.94-95
[6] Horkeimer, Max, Historia, metafísica y escepticismo, "Maquiavelo y la concepción psicológica de la historia", p 21 Alianza, Madrid, 1982
[7] Discursos
[8] Maquiavelo, Nicolás Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Introducción y notas, Martínez Arancon, Ana Alianza Editorial, Madrid, 1987

[9] ibidem.
[10] Op.Cit.
[11] Op.Cit.
[12] Op.Cit.
[13]  Grimal Pirre, comp. Historia Universal siglo veintiuno, "El Helenismo y el Auge de Roma II", cap. 5, pag. 279,  Ed. Siglo XXI, Argentina, 1972
[14] Cassirer, Ernst, El mito del estado, Cap. XI "Maquiavelo y el Renacimiento", p.154, F.C.E. , México, 1947
[15]  Discursos, Cap 10 Que laudables son los fundadores de una república o un reino, y que vituperables. en cambio, los tiranos.


[16]Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe  P.10
[17]Cassirer, Ernst Op. Cit.. P 156
[18] Op.Cit .p,158
[19] Maquiavelo, Nicolás, el príncipe, op. cit cap.XV
[20] op. cit cap.XVlll p93

[21] op.cit. cap. Vl,p38