22.5.08

Mayo y la “Argentinidad”

Maximiliano Basilio Cladakis

En estos días se cumplirán ciento noventa y ocho años desde que nuestra patria realizara su acto inaugural en la historia. El próximo 25 de mayo, por tanto, los colores celeste y blanco engalanarán clubes, locales partidarios, sociedades de fomento, fachadas de casas y de edificios, multitud de escarapelas se lucirán sobre pechos orgullosos, en los medios alguien nos sonreirá y deseará felicidades. El “Ser Nacional”, el “Ser Argentino” extasiará las almas de nuestro pueblo.

Sin lugar a dudas, el amor a la patria es irracional, como lo es cualquier otro tipo de amor. Así también, es indiscutible que el sentimiento de arraigo a un suelo, a una cultura, a una comunidad es imprescindible para la consolidación de una eticidad en el sentido hegeliano del término. Sin embargo, nos es dado cuestionar ciertos tipos de nacionalismos, nacionalismos que suelen emerger en estas fechas y que llegan a su akmé cuando juega la selección mayor de fútbol en algún mundial.

En nuestra corta historia los sentimientos “nacionales” o “patrióticos” fueron utilizados más de una vez por los sectores más conservadores de la sociedad para lograr el mantenimiento de regímenes carentes de legitimidad constitucional. Con esta intención, se promulgaba una “argentinidad” de carácter metafísico de la cual nosotros no seriamos sino ejemplos particulares de dicho universal. Militares, sacerdotes, sectores poderosos de la industria y del agro se presentaban como los intermediarios entre aquella “Argentinidad” y nosotros.

Por años fuimos formados bajo el lema del amor y la devoción hacia la patria. Se nos decía (a veces a gritos, a veces a susurros) que lo “nuestro” era lo mejor y que debíamos de defenderlo frente al mundo. Este amor y esta devoción se nos representaban como una mezcla de etnocentrismo y de xenofobia. El “otro” era siempre el enemigo, pero mientras se repudiaba a ese “otro” (supuesto causante de todos nuestros males) se nos reducía a la servidumbre de un “otro” ante el cual nos arrodillábamos. Se dejaba morir adolescentes en Malvinas mientras se abrían las aduanas para que el Imperio pudiera extender sin reparos sus mercados; se secuestraba, torturaba y mataba a jóvenes acusados de “subversivos apátridas” a la vez que los emisarios de la “Argentinidad” lamían las botas de Washington. Aún hoy se acusa a chinos y bolivianos de vivir a “expensas nuestras” para luego aplaudir cada nuevo local de Mac Donald o de Carrefour que se abre.

Esta forma que adquiere el “nacionalismo” es una construcción ideológica. Lo es aún cuando intente definirse como libre de toda ideología. Cuando se nos dice que los argentinos no debemos estar divididos o, como en el caso de la derogación de las leyes de “punto final y obediencia debida”, se critica al gobierno de “remover viejos rencores” en vez de propulsar la construcción de una Argentina mejor entre todos, no se hace sino tomar partido por un sector determinado de la sociedad. Muchas veces representantes de la derecha como Mauricio Macri suelen renegar de la ideología alegando que lo importante es que el país crezca. Sin embargo, tanto lo que se denomine “país” como lo que se denomine “crecimiento” implica ya una ideología a partir de la cual adquieren significado tales conceptos. Hubo una frase nefasta en nuestra historia, y fue “yo, argentino”. Con ella quien la proclamaba intentaba descomprometerse de toda posición política o ideológica; pero lo que hacía al decirla, en verdad, quiéralo o no, era ser partícipe de una muy determinada: la del genocidio.

Con todo, celebrar el 25 de mayo es legítimo si lo hacemos de manera política, ideológica, si tomamos las consignas de Moreno y de Belgrano (consignas aún por realizar), si los colores celeste y blanco nos representan a lo desterrados por Roca, a los desaparecidos durante la última dictadura, a los niños que día tras día revuelven las bolsas de basura buscando alimento. Frente a una “Argentinidad” viscosa, altanera y servil al mismo tiempo, es posible una Argentina digna. Esta es con la que soñaba el Che, es decir, una Argentina partícipe de una Latinoamérica unida, libre, independiente, cuya unidad no se agotará en una mera conveniencia regional sino que gestará a ese ser que el Revolucionario llamaba “Hombre Nuevo”

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