26.3.08

El Pueblo y las ratas

Maximiliano Basilio Cladakis

Existe el Pueblo y existen las ratas. Hace unos años se produjo una unión entre ellos. Dicha unión condujo a la huída vergonzosa, cobarde de un presidente inepto. Las ratas golpeaban sus utensilios de cocina alegremente mientras cantaban: “piquete, cacerola, la lucha es una sola”. Por una vez, se habían solidarizado con el Pueblo. Este se sintió acompañado en su lucha, en su padecimiento, en su dolor. Creyó en las manos que les ofrecían las ratas y las estrechó fraternalmente como si en ese acto ambas luchas convergieran en una sola y única lucha por siempre.

Sin embargo pasaron los meses y el “corralito” se abrió. Las ratas habían conseguido su objetivo; los utensilios dejaron de sonar; los “ahorros de sus vidas” estaban de nuevo a salvo. El Pueblo se vio obligado a seguir en las calles. A diferencia de las ratas aquello por lo que él luchaba se encontraba igual de lejano que en las jornadas de diciembre. Semana tras semana tenía la necesidad de marchar kilómetros bajo el sol y la lluvia, en el frío y en el calor. Las ratas habían regresado a su antigua vida mientras el Pueblo seguía hundido en el barro y la miseria. Las ratas parecían avergonzarse de la alianza que hubieron forjado unos meses atrás. Entre murmullos comenzaron a decir: “¿no están yendo demasiado lejos?” “¿no es hora que paren con las manifestaciones?”; los más osados llegaron a decir “¿por qué no buscan trabajo?” “¿no serán vagos?”. De a poco, con el paso del tiempo, y al ver que el Pueblo continuaba marchando, los murmullos fueron acrecentándose hasta volverse un grito de indignación. “¡Que dejen de cortar las calles!”; “¡Que busquen trabajo”, “¡Esto es ya demasiado, qué el gobierno haga algo, entorpecen el transito!”; muchos, incluso, sostuvieron que afeaban la ciudad, “su” ciudad, la ciudad del “glamour” y de la “bohemia”, la del tango y no la de la cumbia, la ciudad que les pertenecía únicamente a ellos. Tal vez nadie se atreviera a decirlo, pero muchos lo pensaban; “al fin de cuentas, son unos negros de mierda”.

El Pueblo dejó de ser recibido con aplausos y las bocinas que sonaban a su paso no eran de apoyo sino de repudio. La vida había vuelto a la normalidad por lo que el Pueblo debía de regresar adonde le correspondía; es decir, adonde nadie lo viera. El Pueblo marchó un tiempo, cada vez más cabizbajo, como si las acusaciones que recibía casi constantemente lo hicieran avergonzarse de ser lo que era. Hasta que dejó de ser visto. Desapareció de la Plaza que él había creado, de la plaza en la cual cincuenta años atrás había resistido los bombardeos de aviones asesinos, poniendo como escudo su única posesión: su cuerpo.

Pasó el tiempo y en la noche de ayer; las ratas volvieron a salir de sus madrigueras. De manera altiva volvieron a tomar sus antiguas cacerolas. Se congregaron en la plaza del Pueblo en repudio a las políticas del gobierno; políticas que “afectaban” al campo, aquel gran (y quizá único) orgullo argentino. Hombres y mujeres; ancianos y jóvenes, todos bien alimentados, bien vestidos, con la mirada en alto, seguros de ejercer sus derechos como ciudadanos decentes, como ciudadanos que pagaban sus impuestos en el plazo estipulado, se engalanaron de blanco y celeste. Orgullosos, entonaban cánticos tales como “el campo no se toca”. El acto fue imitado en otras varias plazas del país. Todos repetían “el campo no se toca”. Las cámaras de televisión los enfocaban y hablaban de “ciudadanos manifestándose” haciendo hincapié en que se había reunido de manera espontánea, que no tenían nada que ver con la política. Se hablaba de un “pueblo” indignado por la “soberbia” en que la presidenta se dirigió al campo, a los productores, a los que proveen al “gran pueblo argentino” de su bien más preciado: la carne. Esta presidenta se atrevió a hacer lo inaudito, lo que nadie debe hacer, se atrevió, pues, a no dejarse intimidar, a no dejarse extorsionar por ese sector que históricamente hizo sucumbir a más de un gobierno, a ese sector que fue uno de los más importantes puntos de apoyos de la dictadura que dejó tras de sí treinta mil desaparecidos. Ese era, para las ratas, un pecado imperdonable. Tomaron la plaza del Pueblo y muy probablemente no se marcharían hasta que, al igual que seis años atrás, la presidenta no abandonara el recinto presidencial en una fuga aérea.

Pero finalmente llegó el Pueblo, pero esta vez no lo hizo para unirse a la lucha de las ratas; esta vez sus objetivos no coincidían con los de ellas. Llegó a reclamar su plaza, la plaza que era pura y exclusivamente suya, la plaza que se había ganado con su propio sudor, con su propia sangre, la plaza que estaba siendo usurpada por las mismas ratas que lo habían traicionado, que luego de “usar” su miseria pedía al gobierno que lo reprimiera. El Pueblo enarbolaba la bandera celeste y blanca, igual que las ratas, pero también llevaba la roja y negra; las caras de Evita y del Che se dibujaban en ellas. Aunque eran muchas más, al notar su presencia, las ratas se espantaron. Es normal esto ya que las ratas siempre huyen. Guardaron sus cacerolas y se echaron en una cobarde fuga.

Los medios que con tanto regocijo celebraban la “hazaña” de las ratas; también se espantaron. Comenzaron a hablar de “ciudadanos” y de “piqueteros”; de “gente normal” y de “violentos”, de “manifestantes” y de “patoteros”. Los medios demostraron que ellos también son ratas, y de la peor clase, de la más vil, de la más cobarde, de la más déspota, de la más criminal.

Nadie sabe en que terminará todo esto. Tal vez el “campo” gané, tal vez no, tal vez se llegué a un acuerdo, tal vez el Ejercito se una a los “productores” junto a la Iglesia y a las ratas y el Pueblo sea quien pierda (como siempre ocurrió en nuestro “glorioso”pais). Así y todo, ver a las ratas huyendo aterradas y al Pueblo recuperar lo que es suyo es algo muy digno de ver; algo totalmente reconfortante; como lo es todo acto de justicia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Agora Buenos Aires: elijo la modalidad de "comentarios" porque el texto merece un espacio para la reflexión. Podría, mas aún, debería haber escrito un artículo a continuación o antes del necesario texto de Maximiliano. Quiero decir con esto, que quien escribe éstas líneas además de ser un lector que se suma a aquellos a quien va dirigido este sitio, es también junto al autor de El Pueblo y las ratas responsable de "Agora..."

Es algo muy duro y muy visceral me comenta, precavido, Maximiliano en un correo después de publicarlo; sí lo es, y al ser así además puede parecer violento, y tal vez sea violento y aquí dejo una pregunta y fijo mi posición: ¿es la violencia como "forma" condenable? creo, que lo que es condenable es el "fondo", en nombre de que necesidad se ejerce violencia, no es la misma necesidad la del escrito a que hacemos referencia al oponer a “ratas y pueblo” que la necesidad de los medios masivos de comunicación al oponer a “ciudadanos y piqueteros”, quizá ésta —la de los medios— sea una forma mas disimulada, mas hipócrita. Al fin de cuentas siempre se condena de violento un corte de calles de parte de “piqueteros” “Ellos” piden por un plan de 250 pesos; sin embargo, se comprende el corte de los que defienden el concepto de que “el Estado no nos meta la mano en el bolsillo” y “Nosotros” debemos agradecerle.

Por otra parte, festejo la resurrección de “Agora…” otra razón para escribir en comentario al texto de Maxi: dejar que ésas palabras se expresen e inauguren una nueva etapa. Cladaquis, estoy de acuerdo con lo que decís y en la forma en que lo decís.

Edgardo Bergna

Anónimo dijo...

No salgo del estupor al ver publicado en mi comentario anterior algo que a mi personalmente me molesta: mi apellido mal escrito.

Pido disculpas por el error y rectifico:Cladakis, pero, ratifico: estoy de acuerdo con lo que decís y en la forma en que lo decís.

Edgardo Bergna

Natalia Paola Manzano dijo...

Me parece importante, urgente y necesario expresar mi completo acuerdo por lo dicho en el artículo “El Pueblo y las ratas” que es una lúcida y fiel presentación de la realidad. Espero que quienes lean las palabras de Maximiliano Basilio Cladakis hagan lo mismo. Es fundamental no quedarse callados ni de brazos cruzados frente a semejantes aberraciones.