6.6.06

Unidad latinoamericana y fragmentación liberal

Edgardo Bergna
Maximiliano Cladakis


El 14 de junio de este año se cumplen 78 años del nacimiento de Ernesto Guevara De la Serna, más conocido como el Che. El marco de la conmemoración de su natalicio nos convoca a realizar algunas reflexiones respecto de su figura; y es en tanto a la posibilidad de la pervivencia de su pensamiento sobre aquello que muchas veces se denomina (y otras tantas sin saber bien de lo que se habla) “unidad latinoamericana” donde nos gustaría indagar para, así, rehabilitar una alternativa a la atomización y fragmentación ofrecida por el pensamiento liberal.

Entonces, no estaríamos lejos de la verdad si oponemos “unidad latinoamericana” a fragmentación liberal. Por otro lado, es nuestro interés explicitar el concepto de “unidad” en tanto que es en función del objeto que nos “une” donde se puede prever una diferencia en la “calidad” de dicha unión.

El Che, tanto en su pensamiento como en su praxis, se halla inserto en una larga tradición de hombres cuyo fin no era sino la liberación y unidad del continente. San Martín, Bolívar y Mariategui, entre otros, serían, pues, aquellos antecedentes donde brevó quien hoy nos cita. Y en este sentido, tenemos que decirlo, en cuanto que nos cita, hablamos de su pervivencia.

Estos hombres (que bien podrían ser unos de los pocos que merecerían ser denominados “próceres”) concebían a América Latina como una unidad. Razones no les faltaban. Los países que conforman este continente se encuentran ligados por lazos muy estrechos no solo en su geografía y en su lengua, sino también en su cultura y en su historia. Comparten un mismo destino, y esto es innegable.

La mirada que históricamente las potencias han tenido de América Latina hacían de esta presa de los intereses foráneos. El “mundo desarrollado” satisfacía, pues, sus necesidades a costa del vaciamiento de estos pueblos. La dialéctica hegeliana del “amo y esclavo” se realizaba (y aún hoy se realiza) a través de las políticas propuestas del “primer mundo” para con el “tercero”. Mientras el primero se afirma como tal el segundo es negado, no siendo reconocido sino como posibilidad de “servir”. Bajo esta perspectiva el “tercer mundo” no tiene identidad ni intereses propios, es solo un anexo de aquel que se postula como “señor”.

San Martín planteaba la idea de una “Patria Grande”, conformada por los pueblos latinoamericanos en pos de un fin común. Este fin común no es sino la liberación de los lazos que han mantenido a nuestra tierra esclavizada a lo largo de los siglos, de los lazos que han negado todo tipo de autoafirmación y de autodeterminación. Es en este sentido que podemos vislumbrar a que tipo de “unidad” apuesta la tradición en que anida el pensamiento guevariano y su facticidad presente. Así mismo el Che coincidirá con Mariategui en sostener que tal liberación, en tanto liberación real, solo puede darse, en América Latina, trocando el capitalismo por el socialismo, solo en el ámbito del socialismo se puede lograr tan mentada “unidad” y a la vez alejar toda imposición atentatoria a la soberanía de los pueblos.

El imperialismo hoy plantea una fragmentación de la vida humana en todas sus esferas (políticas, económicas, éticas) con el afán de cumplir sus propios fines. Su discurso es el liberal, el cual viendo una posibilidad de opresión en todo lo que tienda a la unidad (llámese “estado”, “ideología”, “historia”, incluso “hombre”) no hace más que imponer el llamado “pensamiento único”, dando como única alternativa la reclusión en asociaciones autónomas. Este “pensamiento único” tiene como fundamento ontológico la libertad, pero entiéndase a esta como “libertad” para comerciar, la cual encuentra su realización objetiva en las llamadas democracias liberales. En este sentido, la supuesta pluralidad fragmentaria del liberalismo no es más que una máscara detrás de la que se oculta el fundamentalismo más salvaje.



Ahora bien, ¿como puede leerse hoy la tentativa de opresión a los pueblos? Han cambiado los tiempos, han cambiado los métodos pero el imperialismo sigue intacto. Las políticas imperialistas se nos presentan actualmente bajo nuevas formas, formas en las cuales pasan inadvertidas y a las que naturalizamos como algo habitual en nuestras vidas. Se nos hace imprescindible “entrar en el primer mundo”, para lo cual es preciso cumplir normas asfixiantes sumidas en el miedo al fracaso y al “quedarse fuera del mundo”. Se entiende aquí “mundo” como los países exitosos según las incuestionables leyes de mercado. Con todo, las armas continúan alzándose contra los “disidentes” de la voluntad imperial, sin embargo, este tipo de acciones (que, vale recalcar, siguen llevándose a cabo) son utilizadas en casos extremos, y como “castigo ejemplar” que refuerza la sensación de inseguridad y temor.


Por tanto América Latina transfigurada en “unidad socialista” deberá resistir la afrenta liberal, entregada a la tarea de desarticulación, con fuertes principios de cohesión social. Su liberación es su autoafirmación y autodeterminación, la que a su vez, debido al proceso histórico de su formación, solo podrá lograrse rompiendo con el sistema capitalista. Esta fue la tarea que el Che se impuso a si mismo y es la que nuestro pueblos deben continuar en pos de su soberanía.