26.5.15

Maquiavelo y el sentido trágico de la acción humana


"Maquiavelo y el sentido trágico de la acción humana"
   
Maximiliano Basilio Cladakis

En su libro Política y tragedia. Hamlet, entre Maquiavelo y Hobbes, Eduardo Rinesi señala que el pensamiento de Maquiavelo posee un sentido esencialmente trágico. La tesis de Rinesi abre la posibilidad de comprender la obra del Florentino por fuera de los reduccionismos habituales: o bien, Maquiavelo es el representante de la “inmoralidad”; o bien es el fundador de la ciencia política en un sentido positivista, o bien ambas cosas. Cualquiera de estas caracterizaciones, como todo reduccionismo, no hace más que presentarnos una caricatura de Maquiavelo, que poco y nada tiene que ver con el pensamiento profundo de este.

   Sin lugar a dudas, Maquiavelo, como señala Merleau-Ponty, es un autor complejo, que desorienta, un autor que, al leerlo, derriba los prejuicios que tenemos sobre su obra. Sin embargo, su complejidad radica en el tema que es centro de sus reflexiones: la existencia concreta del hombre en el mundo. En este sentido, Maquiavelo es un humanista, pero su humanismo necesariamente atenta contra el “humanismo” tradicional, contra aquel humanismo que piensa al hombre por fuera de su situación concreta, por  fuera del “barro de la historia” en el cual este se hace a sí mismo y que, en ese hacerse a sí mismo, hace también a los demás hombres. El humanismo de Maquiavelo no es el de aquellas “almas bellas” que ignoran o detestan a los hombres por amor al Hombre.

   Ni optimista ingenuo ni pesimista nihilista, el pensamiento de Maquiavelo se ubica en una dimensión trágica, en donde no hay reglas que den certezas absolutas, ni mucho menos sistemas morales que aseguren a priori el hecho de que una acción sea “buena” o “mala”. Benedetto Crocce sostenía que el genio de Maquiavelo consistía en haber separado la ética de la política. Antonio Gramsci no estaba de acuerdo. El marxista italiano tenía razón. Maquiavelo no separa la ética de la política sino que propone una ética de lo concreto, una ética que no es la mera moral de las buenas intenciones, Maquiavelo propone, pues, una ética que es esencialmente política.

   Existir es existir en un mundo, en una historia, en una comunidad. Cada acción irrumpe y conmueve ese mundo que cohabitamos con los otros. Por lo tanto, los criterios de legitimación de nuestras acciones no pueden pertenecer ni a un cielo abstracto de valores ni a la interioridad subjetiva de la buena voluntad. El sentido de la acción trasvasa la intención de quien la realiza, la supera, e, incluso, puede ser lo contrario a ella. Como dice el viejo adagio: el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.

   En esa dimensión agonística entre la contingencia y la libertad, o como diría Maquiavelo entre la Fortuna y la Virtú, se encuentra el sentido trágico que guarda la acción humana. Somos responsables de nuestros actos, pero estos actos se nos escapan, nos trascienden, se depositan en una comunidad ético-cultural y en él adquieren su verdadero sentido. Queremos hacer el bien y podemos causar el mal, queremos hacer una revolución y podemos ser parte de  la contrarrevolución: he aquí el nudo gordiano de la condición humana. Ninguna regla, ningún principio, nos asegura el éxito de nuestras empresas, y, tampoco, que el sentido de ellas sea el que nosotros deseamos. Maquiavelo lo dice bien claro en los Discursos sobre la primera década de Tito Libio: no hay reglas infalibles en los asuntos de los hombres.

   Se suele hablar del Florentino como del “pensador del poder”. En parte lo es; sin embargo, cabe aclarar que no se trata del poder por el poder mismo. Tanto en El príncipe como en los ya mencionados Discursos, el poder aparece como algo imprescindible, pero ese poder es un instrumento para la transformación del status quo. Un humanismo real como el de Maquiavelo, que toma explícitamente partido por el pueblo frente a sus opresores, no puede prescindir de la realización material de los valores. Y esa realización sólo es posible a partir de la consolidación y mantenimiento del poder, trátese de un “príncipe” que tome partido por el pueblo, o de una república en donde todos los ciudadanos sean reconocidos como iguales.


 

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